domingo, 29 de junio de 2014

Casablanca (MIchael Curtiz, 1942)

Lo que os traigo hoy es ni más ni menos que la película de culto por excelencia, que aunque sea conocida por todos siempre viene bien recordarla y revisitarla. Pero a pesar de que ese indiscutible estatus de obra maestra, su éxito es bastante sorprendente teniendo en cuenta que nadie de los que participaron en ella tenían grandes expectativas puestas en el resultado final. Y es que Casablanca no era más que una de las centenares de películas de bajo presupuesto que la Warner hacía todos los años.

Everybody comes to Rick's se trataba de un guión de teatro rechazado por Broadway y escrito por Murray Burnett y Joan Alison. Dicho guión acabó en las oficinas de la Warner hasta que el productor Hal B. Wallis se hizo con los derechos. Su primera decisión fue cambiarle el nombre, e intentando aprovecharse del éxito de Argel (John Cromwell, 1938) se decidió por una ciudad exótica. Y así empezó todo.
La dirección cayó en manos de Michael Curtiz, que ante todo era un director de encargo pero que fue considerado como el mejor director de la Warner. A estas alturas alabar la labor de dirección en esta película está de más, pero sí añadiré que fue premiada con el Oscar. Los aciertos en la dirección son aun mayores teniendo en cuenta que el guión se escribía sobre la marcha, amen de que se produjo un baile de guionistas importante.
Los encargados originales del guión eran los hermanos Epstein, los cuales escribían por la noche lo que se rodaría al día siguiente. A mitad del rodaje estos se vieron obligados a dejar la producción y a escribir una serie de documentales propagandísticos para Frank Capra. Howard Kotch fue el encargado de sustituirlos y más tarde Casey Robinson (sin acreditar). Cada guionista le dio su toque personal, pero hacia el final el guión llegó a un punto muerto y fueron los Epstein a su vuelta quienes escribieron ese histórico final.
Por último, no podemos hablar de Casablanca sin hablar del final, sin duda uno de los mejores finales de la historia del cine. Aquí se demuestra por un lado la genialidad de los hermanos Epstein, con esas frases que ya están grabadas a fuego en la memoria de todo cinéfilo, y por otro la inventiva de Michael Curtiz. Hoy es imposible imaginarse esta escena sin esa espesa niebla que lo envuelve todo, pero la verdad es que el director la usó para disimular la falta de presupuesto, ya que el aeropuerto no era más que un pequeño estudio y el avión no era más que una maqueta más pequeña de lo que debiera. Es por esto por lo que, aparte de la niebla, mandó contratar a unos enanos para hacer de los operadores del avión, dando la sensación de mayor tamaño. También se demuestra lo involucrado que estaba el productor Hall Wallis, que una vez terminado el montaje decidió que al final faltaba una frase y mandó llamar a Humphrey Bogart para que doblara la famosa frase final que todos conocemos.

En cuanto al reparto, se trató de un casting muy internacional, Ya que tanto Bogart como Dooley Wilson (Sam) eran prácticamente los dos únicos actores americanos. El coronel Strasell, por ejemplo, fue interpretado por Conrad Veidt, un alemán que emigró a estados unidos huyendo precisamente del nazismo. Paul Henreid, que interpreta a Victor Laslo, era también un refugiado político de origen vienés. También tiene un pequeño papel como Ugarte el genial Peter Lorre, de origen Checoslovaco, que con apenas unos minutos nos presenta, gracias a su interpretación, un personaje lleno de matices. Como Ferrari tenemos al británico Sydney Greenstreet. Y me dejo para el final al también británico Claude Rains, que hace del capitán Renault uno de los personajes más interesantes de todo el film, un sinvergüenza descarado al que coges simpatía, con su gorra torcida y esas lineas de diálogo tan fantásticas. Aunque obviamente los dos protagonistas son los que de verdad pasaron a la historia por esta película: Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, quien por cierto creo nunca ha sido fotografiada tan guapa como aquí.

Obviamente no pretendo descubrir nada nuevo, pero mi idea es que el lector que haya llegado hasta aquí, si es que hay alguno, es que tome esto como una excusa (como podría ser cualquier otra) para volver a verla, que siempre es un gustazo. Porque, aunque los problemas de tres pequeños seres no cuenten nada en este loco mundo, siempre tendrán un hueco en el corazón de todo cinéfilo.










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